Música Principia

“Nacido con un alma normal, le pedí otra a la música: fue el comienzo de desastres maravillosos...”. E. M. Cioran, Silogismos de la amargura.

"Por la música, misteriosa forma del tiempo". Borges, El otro poema de los dones.

viernes, 5 de enero de 2018

Schumann por Barthes



Roland Barthes (Cherburgo, 12 de noviembre de 1915 – París, 25 de marzo de 1980), escribió este texto en 1979. En él se puede observar el gran conocimiento que el célebre lingüista tenía sobre la obra de Robert Schumann (1810-1856). Además, del grado de penetración que Barthes llegó a tener sobre la música romántica y su sentido cultural.  Este texto evidencia la fortaleza de la visión huimanística, que logra unir diversos saberes en sólo y sólido discurso. No hay mejor manera que volver a escribir sobre música que inspirándose en intelectuales de primer nivel. 

AMAR A  SCHUMANN (fragmentos) 

Hay una especie de prejuicio francés, dice Marcel Beauñls, con respecto a Schumann: fácilmente se ve en él una suerte de"Fauré un poco espeso". No creo que esta tibieza deba atribuirse a alguna posición entre la "claridad francesa" y el "sentimentalismo alemán"; si juzgamos esto por la disco grafía y los programas de radio, hoy los franceses enloquecen con los músicos patéticos del romanticismo pesado, Mahler y Bruckner. No, la razón de este desinterés (o de este interés menor) es histórico (y no psicológico).

Schumann es con gran amplitud un músico de piano. Luego entonces el piano, como instrumento social (y todo instrumento musical, desde el laúd hasta el clavecín o el saxofón, implica una ideología), ha experimentado desde hace un siglo una evolución histórica de la que es víctima Schumann. El sujeto humano ha cambiado: la interioridad,la intimidad y la sociedad han perdido su valor, el individuo se ha vuelto cada vez más gregario,quiere músicas colectivas, masivas, a menudo paroxísticas ,expresión del nosotros, más que del yo;luego entonces Schumann es verdaderamente el músico de la intimidad solitaria, del alma enamorada y enclaustrada, que se habla a sí misma(de ahí la abundancia de los parlando en su obra,como aquel,admirable,de la Sexta Kreisleriana), en suma, del niño que no tiene otro nexo que con la Madre.

El oyente del piano también ha cambiado. No es sólo  que se haya pasado de una audición privada, cuando mucho familiar, a una audición pública -cada disco, incluso oído en el hogar, se presenta como un acontecimiento de concierto y el piano deviene un campo de grandes ejecuciones-, sino además que el propio virtuosismo, que ciertamente ya existía en tiempos de Schumann, puesto que él
mismo quería devenir un virtuoso al nivel de Paganini, ha sufrido una mutilación; ya no tiene que concordar con la histeria mundana delos conciertos y de los salones, ya es lisztiano; es ahora, a causa del disco, un virtuosismo un tanto helado, una ejecución perfecta (sin falla, sin azar),de la que nada queda por decir, pero que no exalta, que no transporta: lejos del cuerpo, en cierta manera. 

Hay también, para el pianista de hoy, una enorme estimación, pero ningún enloquecimiento, y añadiría, refiriéndome a la etimología de la palabra, ninguna simpatía. Luego, entonces, el piano de Schumann que es difícil, no suscita la imagen del virtuosismo (el virtuosismo es en efecto una imagen, no una técnica); no puede ser ejecutado ni según el antiguo delirio ni según el nuevo estilo (al que yo compararía de buena gana con la "nueva cocina", poco cocida).Es un piano íntimo (lo que no quiere decir suave), o inclusive: un piano privado, hasta individual, reacio a la aproximación profesional, por que interpretar a Schumann implica una inocencia de la técnica, a la cual muy pocos artistas saben llegar.

En fin, lo que ha cambiado, fundamentalmente, es el uso del piano.A todo lo largo del siglo XIX, el piano fue una actividad de clase,es cierto,pero lo bastante general para coincidir, en bloque,con el oyente de la música. Yo mismo sólo he comenzado a escuchar las sinfonías de Beethoven interpretándolas a cuatro manos, con un compañero amado,tan apasionado como yo. Pero ahora el oyente de la música se ha disociado de su práctica: virtuosos, hay muchos; oyentes, en masa; pero practicantes, aficionados, muy pocos. Luego entonces (también aquí) Schumann no hace escuchar plenamente su música más que a aquél que la interpreta, aunque sea mal. 

Siempre me ha impresionado esta paradoja: que tal fragmento de Schumann me entusiasmara cuando lo" ejecutaba (aproximativamente), y me decepcionara un poco cuando lo oía en el disco: parecía entonces misteriosamente empobrecido, incompleto. No era, creo,infatuacion de parte mía.Es que la música de Schumann va más lejos que el oído;va dentro del cuerpo, dentro de los músculos, por los golpes de su ritmo,y como dentro de las vísceras, por la voluptuosidad de su me los: diría se que" en cada ocasión, el fragmento no ha sido escrito más que para una persona, aquél la que lo interpreta:
el verdadero pianista schumanniano soy yo. ¿Se trata, pues,de una música egoísta? La intimidad siempre lo es un poco:es el precio se debe pagar si quiere renunciar  a las arrogancias de lo universal.

Pero la música de Schumann implica algo radical,que la vuelve una experiencia existencial más que social o moral. Esta radicalidad no deja de estar en relación con la locura,incluso si la música de Schumann es continuamente "sensata",en la medida en que se somete dócilmente al código de la tonalidad y a la regularidad formal de los melismas. La locura está a quién germen desde muy temprano, en la visión, la economía del mundo con el cual el sujeto Schumann mantiene una
relación que lo destruye poco a poco, no obstante que la música, por su parte, intente construirse. Mareel Beaufils expresa muy bien todo eso: desprende y nombra aquellos puntos donde la vida y la música se intercambian, una destruyéndose, la otra construyéndose.


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